viernes, 17 de diciembre de 2010

Crónica de un Ser Vivo, de Akira Kurosawa






El Sr. Nakajima es el adinerado dueño de una próspera fundición industrial. Tiene fortuna, mujer, hijos, amantes y algún que otro vástago no reconocido. A pesar de su fuerte carácter, ha ido adquiriendo con los años un terror casi irracional a que Japón vuelva a ser atacado con bombas atómicas o peor aún, con bombas H, lo cual hace que acometa proyectos cada vez más extraños que le están llevando a él y a su familia a la ruina. Sus familiares acuden a un Tribunal de Familia para incapacitarle legalmente ya que según ellos no rige bien y si continúa así puede llevar a todos sus seres queridos al desastre.

Apenas 10 años después del final de la Segunda Guerra mundial, Akira Kurosawa habla por primera vez en su filmografía del terror nuclear, los bombardeos atómicos y sus repercusiones en Japón (no será la última vez, volviendo al tema en “Rapsodia en agosto” o en uno de los episodios de “Los Sueños”) encarnándolo todo en el curioso personaje del Sr. Nakajima, un como siempre increíble y casi irreconocible (tardé un buen rato en ver que era él) Toshiro Mifune, que con tal de escapar de las nubes radioactivas es capaz de dejar toda su vida y llevarse a sus seres queridos a Brasil, lugar aparentemente seguro.

Somos testigos de su proceso de caída a la locura gracias al personaje del Dr. Harada (interpretado por otro clásico de Kurosawa, Takashi Shimura), un dentista que trabaja a media jornada en el Tribunal de Familia, que intenta comprender y justificar el miedo de ese hombre ante un horror tan grande como es un bombardeo atómico. En su investigación verá como ya no solo Japón, sino el resto del planeta, parece haber olvidado lo terrible de los acontecimientos recientes o peor todavía, cómo ya trae sin cuidado el hecho de que el mundo pueda ser destruido en cualquier momento.

A pesar de que no es una de las mejores de Kurosawa “Crónica de un Ser Vivo” sigue siendo una estupenda película, recomendable a pesar de que el tema que trata no es una preocupación en el mundo actual y ya está superado (como lo han superado los personajes de la película, claro). Bajo el telón del apocalipsis del Sr. Nakajima podemos disfrutar de uno de esos dramas que tan bien hace Kurosawa, drama familiar en este caso al sentirnos divididos entre el personaje de Nakajima al cual con el paso del film vamos comprendiendo cada vez más, y el resto de su familia que ve como todo su mundo se está viniendo abajo sin poder hacer nada por arreglarlo.

Es cierto que en ocasiones, sobre todo en la parte central de la película, la acción se hace un poco lenta aunque puede que esto sea porque el tema de las bombas a nosotros ya nos queda muy lejos, pero estos momentos quedan perfectamente camuflados bajo las interpretaciones de los dos protagonistas, que bordan sus papeles añadiendo mucho más drama a la historia de la que esta de por si tiene.

Pero no debemos pensar aún así que estamos ante una película menor, pues tiene escenas increíbles como la de la tormenta y el bebé, el tragicómico momento muy del estilo de Kurosawa en que una de las hijas de Nakajima refresca y limpia a los mugrientos trabajadores de la fundición con una manguera o la presentación del propio Nakajima. Además si la parte central del film como hemos dicho puede ser un poco pesada, todo queda compensado con la última media hora de película, cuando Nakajima decide tomar medidas más drásticas para convencer a su familia y el inesperado giro final que sufre el industrial a manos de sus trabajadores. Toda una lección interpretativa de manos de Mifune y Shimura nos dejan con el corazón en un puño e incluso a fecha de hoy, más de 50 años tras Hiroshima y Nagasaki, nos da un golpe de atención, obligándonos a no olvidar como el mundo cambió mucho más de lo que parece desde aquellos fatídicos días.

Y no me cansaré de repetirlo, que grande es Mifune.


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